Es considerada una enfermedad donde hay una conducta persistente, inadaptativa y recurrente por el juego. La cual comienza a tener consecuencias con respecto al entorno provocando aislamiento por parte del/la paciente a otras actividades que no sea el juego, como asimismo deudas importantes.

Es relevante que el paciente y su familia sepa que esto es una enfermedad y no un vicio. Dado que el/la paciente pierde control con respecto a la acción de jugar. Por ello como en otras adicciones el papel del paciente y familia son claves para el tratamiento.

Habitualmente el jugador se inicia en una situación social determinada, sea con amigos, familiares o compañeros de trabajo, se puede proponer apostar de manera puntual a la máquina, ir a celebrar un aniversario o cualquier evento festivo al bingo o al casino, seguir con un modelo de tradición familiar o social, jugando combinaciones de fechas a la lotería, por ejemplo.
Igualmente, es fácil que quienes a menudo entran en contacto, en los bares, con las tragaperras, se puedan iniciar solos en la dinámica de juego, ver como otros sacan el premio, intentar distraerse si están aburridos o haciendo tiempo para hacer otras actividades, sobretodo porque no interpretan que lo que hagan sea tan peligroso.

En un plazo de tiempo entre 2 meses y cinco años, estos jugadores serán clientes habituales caracterizados por el pensamiento de que «no pierden mucho» maximizando los racionamiento de las pocas veces que han ganado y minimizando las perdidas.

Este nivel de juego se puede mantener según cada caso particular más o menos a escondidas, pero supone una afectación directa en las relaciones afectivas y de confianza que comportará recurrir repetidamente al engaño, sea mintiendo o escondiendo la existencia del dinero con que juega.

Se da con facilidad que se mantiene la preocupación por no ser descubierto, el deseo o la necesidad de recuperar, de quitarle importancia al problema, de poder con la máquina, con otros jugadores o con los beneficiarios de la actividad, y el convencimiento de que puede controlarlo o dejarlo cuando quiera, con las mismas estrategias de cerrarse en sí mismo que lo han culpabilizado y avergonzado. Todo ello mantendrá al jugador en la estructura adictiva que ha ido desarrollando a nivel psicológico.

Todo el esfuerzo y la represión que pueda asumir en sus intentos por dejar de jugar, fácilmente acabarán en un intento de demostrarse a sí mismo que vuelve a controlar, a ser una persona “normal” y que el trastorno no tiene, justamente en esos momentos de recaída, la importancia que tenía anteriormente, porque ya hacía semanas, meses o años que no jugaba.

Si necesita ayuda nuestra Clínica Complacer cuenta con profesionales con experiencia en esta área emergente en nuestra región.

Psicóloga Carolina Videla Mallea.